viernes, 8 de enero de 2010

Se sentó en la silla. Era desgarbado y alto, la pancita ya le empezaba a sobresalir sobre el pantalón. Estaba cansado y se sentía viejo, pero no quería reconocerlo. Quería una última oportunidad de demostrar que podía ser un héroe.
A su lado una señora mayor, escondía a un niño de unos ocho años entre sus brazos. Le buscó con la mirada, y él por un momento la evitó. El niño se revolvía, quería ver lo que pasaba, pero la señora no se lo permitía aferrandolo fuertemente contra su pecho. La mujer debía ser su abuela, parecía demasiado mayor para ser la madre, llevaba el pelo teñido recogido, era un poco gorda y jadeaba por el miedo y el esfuerzo de retener al niño. Lo miraba, definitivamente lo buscaba con una petición de ayuda en los ojo – Haga algo, por favor, parecía decir.
Dejó de mirar a la señora por un momento y prestó atención a lo que pasaba a su alrededor. Sentadas en el suelo al otro lado de la oficina estaban una de las empleadas y una clienta, evidentemente nerviosas y asustadas pero intentando mantener la calma. A pocos metros otro de los empleados miraba insistentemente al que parecía ser el director. “¿Por qué lo mira así?...era una mirada de petición, casi de súplica. Miró al supuesto director, que le devolvía la mirada al otro con firmeza mientras deslizaba una mano por debajo de la mesa. Claro, era eso, iba a pulsar el botón de alarma; comprendió lo que el empleado pensaba y compartió su pánico. “No lo hagas!”, pensó, “nos dejarás aquí atrapados”. El director retiró la mano, estaba hecho. Volvió la mirada ahora a los atracadores, eran tres, máscaras y pistolas pero debían ser novatos si no pensaron en el botón de alarma. “Esto va a acabar como el rosario de la aurora”, pensó. Uno de los cajeros ponía el dinero en bolsas, bajo la vigilancia de uno de los atracadores, los otros dos vigilaban al resto. No eran muchos: once, ademas de la señora mayor con el niño, las dos chicas, el empleado, el director , el cajero y el mismo, había tres personas mas a las que casi no veía, le parecía haberlas visto al entrar: un chico joven, probablemte un albañil o similar por la vestimenta, un hombre de su edad: unos 40, barriguita y calvo como él y una mujer de la misma edad, quizá su esposa.
Su mirada se cruzó con la del director; lo había hecho no había duda. “Dios, que les dé tiempo de irse antes de que llegue la policía”…si no habría problemas, seguro. Le devolvió al director una mirada llena de reproche y él se encogió de hombros como si no tuviera la culpa.
El cajero seguía guardando fajos de billetes, no lo suficientemente rápido desde luego. “Si esto se pone mal a ver como nos la vamos a arreglar, estos tres se van a poner a pegar tiros”, esta vez sintió realmente no tener un arma a mano, ¿para que coño le habían servido las prácticas de tiro?, de todas formas, él sólo no tenía mucho que hacer. La culpa de estar allí era sólo suya, por escapar un rato de la oficina se había ofrecido a recoger aquellos papeles del banco. Esa mañana no podía soportar estar encerrado, tenía que salir y respirar, las excusas se habían acabado y ahora no tenía más remedio que tomar algunas decisiones…aunque a lo peor le ahorraban el trabajo éstos.
Ser o no ser…cambiar o quedarse así para siempre, ¿qué quería realmente?. Su vida era confortable: tenía una trabajo que le interesaba, que le permitía los lujos que neesitaba o creía necesitar, podía permitirse un restaurante bueno mas que de vez e n cuando, un par de viajes al año, comprar pequeños caprichos. Buenos libros, buenas películas y buena música con las que llenar sus ratos de ocio. Y amantes mas o menos fijas a las que buscaba de vez en cuando. Amigos buenos y fieles, con los que hablar de sus aficiones, pequeños problemas y el trabajo. Pero…tarde o temprano siempre llegaba el pero, era eso suficiente?. No tenía hijos, ni tendría nietos, una vez que muriera sus cosas se perderían: las de valor serían vendidas y sus pequeñas cosas irían a parar a la basura; un día nadie se acordaría de él.
Continuará....

domingo, 20 de diciembre de 2009

EL SUEÑO

Anoche soñé que me mis brazos y mis piernas ya no estaban pegados a mi cuerpo. No sé si se habían desprendido sólos o alguien me los había arrancado o cortado. No sentía dolor y de alguna de esas extrañas maneras en las que ocurren las cosas en los sueños fui capaz de coserme todo de vuelta yo sola. Cuando terminé encendí un cigarrillo, fue entonces cuando me di cuenta de que me faltaba el dedo corazón de la mano derecha. Me detuve a mirar la herida, que ni sangraba ni dolía, y deduje, como un CSI de andar por casa, que había sido arrancado. Lo busqué pero sin mucha eperanza y no lo encontré, asi que me limite a sostener el cigarro entre el indice y el pulgar.